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Moradores de la calle


Un hombre que tenía lepra se le acercó, y de rodillas le suplicó: —Si quieres, puedes limpiarme. Movido a compasión, Jesús extendió la mano y tocó al hombre, diciéndole: —Sí, quiero. ¡Queda limpio! Al instante se le quitó la lepra y quedó sano. Marcos 1:40-42 NVI


El pasado 6 de octubre, el ministerio de Moradores de la Calle tuvo la oportunidad de servir a las personas en condición de calle en Coronado. Varios servidores se unieron para nutrir tanto el cuerpo como el espíritu de estas personas. Se les abrió el espacio en las instalaciones de VAC para que se pudieran asear, se les dio alimento, ropa, y una buena afeitada, además, disfrutaron de un tiempo devocional donde aprendieron más del Señory encontraron refrigerio en medio de una condición tan complicada y pesada. El servicio a esta población es complicado, a veces mal entendido, y en la mayoría de las ocasiones queda en un nivel primario de transformación.




El pasaje que encabeza esta reflexión nos ayuda a entender la condición de los moradores de la calle y nuestra tarea como iglesia y seguidores de Jesús. Vamos a abordar tres similitudes entre la condición social y personal de los leprosos con los moradores de la calle.


  • Primero, los leprosos vivían en una condición de exclusión social, ya que eran considerados ceremonialmente impuros (cf. Levítico 13:45). No podían convivir con el resto del pueblo, y cada vez que pasaban cerca de alguien debían gritar “¡Impuro! ¡Impuro!”. De igual manera, las personas en condición de calle son excluidas socialmente, y son considerados un mal en la sociedad, son personas que queremos evitar y mantener de lejos. Al ver el estado en que ellos se encuentran, preferimos volver nuestra vista e ignorar una cruda realidad de nuestra sociedad.

  • Segundo, por su condición de lepra, el pueblo vivía con una mezcla de temor y desprecio hacia ellos, esto porque en aquella época si alguien tocaba a un leproso o tenía contacto con su ropa o alguna cosa que este tocó, la persona también quedaba impura. Paralelamente tratamos a los moradores de la calle con la misma actitud de temor y desprecio y olvidamos la importancia de la vida humana aún presente en ellos a pesar de su condición. Nos alejamos e indiferentemente cruzamos de calle al ver que se nos acerca uno de estos habitantes de nuestras ciudades, claramente algunos, no todos, son peligrosos y altamente inestables, por esto debemos ser precavidos al tratar de acercarnos a ellos, sin embargo, el desprecio que sufren es principalmente por su suciedad y mal olor o porque actúan extraño, y así nos alejamos, los tratamos mal, los ignoramos, actuamos de manera indiferente y los deshumanizamos.

  • La lepra también era considerada por algunos como un resultado del pecado y castigo de Dios, y aunque los leprosos creían en el poder sanador del Señor, no creían que Él quisiera sanarlos. Podemos trazar un tercer paralelo aquí, ya que las personas en condición de calle viven con heridas profundas, y con un gran deseo de sentirse aceptados, amados, de ser escuchados, que los traten como personas. Algunos intentan acercarse a Dios pero no logran hacerlo, otros se sienten olvidados por Él


Un leproso y una persona de la calle, viven los mismos dolores y heridas, y así también, la sociedad actual responde igual ante los moradores de la calle como el pueblo judío respondía a los leprosos. Los moradores de la calle son los leprosos modernos. Excluidos y olvidados, desechados e indeseables. Es una dura realidad que como iglesia debemos aprender a enfrentar, cómo cuerpo y seguidores de Cristo tenemos el deber de prepararnos cuidadosamente para tratar con esta población y extenderles una mano para solventar sus necesidades físicas y espirituales ¿Y qué mejor manera de hacerlo de la mano de nuestro Maestro?


Volviendo a nuestro texto bíblico, tenemos a un personaje desesperado, cansado, deseando la gracia, la misericordia y el amor de Dios, es por esto que humildemente, se tira a los pies de Jesús para suplicar por limpieza y por un toque personal del Señor. Sabiendo que Dios tiene el poder para sanar, pero sin tener la seguridad de que Él quiera hacerlo, se lanza y realiza su petición “Si quieres, puedes limpiarme”. De Jesús aprendemos lo siguiente:


  1. Lo primero es que Él fue movido a compasión. Debemos tener claro que Jesús no menospreció a nadie por ser ciego, sordo o leproso, sino que se identificó con el dolor y el sufrimiento humano. Jesús no ignora, sino que mira con detenimiento, y como un Dios lleno de amor y gracia, se compadece de aquel hombre y le trae sanidad.

  2. Jesús le devuelve al hombre su dignidad y su valor como creación de Dios, sin importar su condición. Esto se muestra cuando el Señor miró al que había sido ignorado, y tocó al que era intocable. Vale decir que con este acto Jesús también se volvería impuro ceremonialmente con el fin de que ese hombre sanara y esto es una muestra del mismo evangelio, de lo que Él más tarde haría por nosotros, se volvería como un pecador para traer sanidad y pureza a los pecadores (cf. 2 Cor. 5:21).

  3. Finalmente, el toque divino de Cristo trae restauración, esperanza y una nueva vida. Jesús le muestra el verdadero deseo de Dios, el de traer una sanidad integral. Recordemos que los leprosos no dudaban del poder sanador de Dios, pero sí de su deseo de sanarlos, Jesús muestra que en realidad desea su restauración al pronunciar estas palabras “Sí, quiero. ¡Queda limpio!”. Así le muestra una visión de Dios totalmente diferente a la popular y se revela tal cual Él es, un Dios misericordioso y amoroso, que tiene el poder para dar una restauración integral a la persona.


Dios aún sigue actuando así en nuestro tiempo, y lo hace de múltiples maneras, pero claramente una de las principales es que lo hace por medio de su iglesia. Sin temor alguno, abracemos y aceptemos a nuestros moradores de la calle. No seamos indiferentes. Volvamos nuestra vista con amor y misericordia hacia ellos así como Jesús lo hizo, escuchemos su corazón y dejemos que Jesús les toque y restaure por medio de nuestras obras en favor a ellos.


“Al instante se le quitó la lepra y quedó sano.” Marcos 1:42

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